(A partir de la lectura “Contra la interpretación” de Susan Sontag)
Son las personas superficiales las únicas que no juzgan por las
apariencias. El misterio del mundo es lo visible, no lo invisible.
Oscar Wilde, en una carta.
La interpretación que hagamos de la vida no es más que el reflejo de nuestra mediocridad al no poder entenderla. Siempre que se utiliza este paradigma es porque no se está conforme con lo vivido. Es una tendencia que está cada día más en boga. Esa “cosa” nueva asume un valor de verdad que no es tal, he ahí nuestro error, puesto que lo único cierto es el instante en que aquella se hizo carne en nosotros. La interpretación- basada en la teoría de que la vida está compuesta por trozos de contenido- la convierte en un objeto, en una adecuación a un esquema mental de categorías. La forma no es accesoria ni esta separada de su materia. Las palabras de amor dichas por un alma enamorada, con una ternura infinita, se corresponden. Interpretar aquí que lo dicho está separado de la forma en que fue dicho o por qué fue dicho es materializar el amor, es volverlo objeto de uso. Hay aquí un desprecio implícito por la apariencia. El acto en sí mismo, lo rescatable de esta escena, es el instante en que el amor fluye a través de una historia que mezcla besos, abrazos e ilusiones y se hace verdad, vive y no requiere ser seccionado para poder transparentarse (volverse luminoso, llenarse de luz).
¿Es necesario comprender algo aquí?
La presunción interpretativa es sólo una forma de querer negar esa pasión y querer adjudicarle otra grafía, es una negación contra el dolor de la verdad. Es una forma de decir: no pasó; pero lo vivido es imposible de ser negado, porque es lo real, no en su contenido, insisto, sino en la encarnación del instante.
Los celos, entonces, no serían más que una lucha de poderes. Una pasión nueva queriendo instaurar su señorío y borrar a antiguas pasiones que pudiesen derribarla. Pero, esto último, no es más que una interpretación, claro está.
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